“La vida no es la que uno vivió,
sino la que uno recuerda y como la recuerda para contarla.”
Gabriel García Márquez.
La vida o el destino me dieron la oportunidad de vivir muy cerca un atentado terrorista. De este crimen se ha escrito mucho. Se han publicado en diferentes medios opiniones acerca de motivaciones políticas, militares o económicas que originaron el atentado y las consecuencias de éste.
Hoy sabemos, que en desacuerdo con el apoyo que brindó el gobierno de Aznar a los ánimos Imperialistas de los Estados Unidos, Al Quaeda consumo este acto inhumano el 11 de Marzo de 2004.
No tratan estas líneas de descifrar los entuertos de las cúpulas que manejan nuestras vidas. En esos momentos solo escribí por la necesidad de vaciar en papel el miedo, la impotencia, el coraje, la tristeza. Pero también en la tragedia encontré en la gente simple, la gente que no decide de guerras ni de petróleo, la gente que camina en la calle, una dignidad tan fuerte, una solidaridad humana, una intensidad de sueños que levanto el espíritu colectivo.
Tómenlo entonces como lo que es, una página arrancada de mi querido diario, a un año de distancia en tiempo, pero muy cerca en el corazón.
11 de marzo de 2004.
A las 7:50 de la mañana me despierta el molesto ruido de las sirenas. Invasoras, ensordecedoramente audibles, muertas vivas, anunciando a gritos la desgracia como las campanas de Iglesia que anuncian en la misa de doce que Jesús vuelve a morir.
Un incendio cerca de casa, duerme. No hay humo cerca.-- Pensé apenas dormido, con esa comodidad sádica que viste el dolor ajeno y te hace inmune. Entonces decidí dormir.
A las 8:30 el ruido no paraba, las sirenas gritaban y estremecían sabanas ingenuas como la mía.
-Prende la televisión, algo pasa. O tal vez, a esa hora y con ese desparpajo modorro sería como: - ¿Pasa algo?. Y el televisor enciende, genera y trasmite imágenes confusas aún.
-Veo dos muertos. Fueron las primeras palabras que narraba la reportera del canal oficial, no se si aún dormida por el mal despertar o dormida por la somnolencia oficialista. - Bueno, que me dice un policía que pasa a mi lado que hay más. –Intenta corregir.
Vale, hay más. Pero que tanto más puede ascender una cifra que inicia en dos?.
De alguna manera sabía que al vivir en Madrid se está expuesto a vivir atentados. Me habían explicado que por ahí de navidades ETA, intenta alguno que otro golpe, nada grave. Ya habían pasado las fechas, y la guardia civil había logrado desactivar en tiempo algunas bombas y nada pasó a mayores. La ETA, se dijo entonces, está más débil que nunca. Está por desaparecer. Se le ha golpeado con firmeza, no tiene capacidad logística o económica. Esta acabada.
Me di cuenta entonces que mi día iba a empezar temprano más temprano de lo normal, así que caliento agua, preparo un café y me siento en la sala a ver las noticias. Quería tratar de contestar preguntas, averiguar de que se trata y las magnitudes del caso.
Poco a poco la información fue cayendo. Fue golpeando. Fue aturdiendo.
Supe por ejemplo, que las explosiones habían sido cerca de la estación de Atocha, a una distancia no mayor de 2 estaciones de metro de mi casa. Que no eran los dos muertos anunciados. Que tronaron 2, 3, 4 trenes. Que era el atentado terrorista más grande en la historia de España. Que los cadáveres se contaban en cientos. Que habían hombres mutilados, mujeres quemadas, niños muertos.
Supe de manera directa y fiel que las sirenas seguían llorando en las calles de Madrid.
El llanto es un perro inmenso,
el llanto es un ángel inmenso,
el llanto es un violín inmenso,
las lágrimas amordazan al viento
y no se oye otra cosa que el llanto.
Federico García Lorca.
Conocí historias de las bombas que explotaron en cuatro trenes. Trenes que unen a los pequeños pueblos madrileños con la capital, que transportan a las personas al trabajo o a la escuela. Bombas. Escritas así como fueron puestas, con la frialdad de la muerte en ausencia de remordimientos.
Bombas certeras que reventaron a padres llorados por hijos, a hijos llorados por padres, a niños que no querían ir al hoy al Cole, al emigrante que resignado iba a cargar ladrillos como cargaba la cruz que la vida le impuso y que jamás quiso morir lejos de su gente en América, África o el Este de Europa. Al Madrilista que iba contento al trabajo por que el Real seguía en la Champions, al abuelo que venía a pasar el fin de semana con sus nietos. A la novia que se casaba y de la que solo pudo identificarse con su cabeza extraviada. Cuatro trenes que reventaron los sueños de España y el mundo. 4 trenes 4.
Vi la cara del miedo. Es un rostro seco. No te hace temblar. No respiras agitado. Te hace inmóvil y te obliga a sentirlo.
Espero a que sea hora prudente de llamar a México. Mi familia verá esto en el noticiero de la mañana. Y hay que adivinar la hora antes de que alguien prenda la televisión y se preocupe. Ya entonces es la una de la tarde en España, seis de la de México.
Apenas al salir a la calle para llamar a casa encuentras gente herida, caminando con la cara deformada por los golpes, con los brazos lastimados, con el ánimo extraviado.
Logro comunicarme.
–Hola! Estoy bien, hubo un pequeño atentado (¿cómo le dices a tu padre al despertarlo?), dicen que fue la puta ETA (aquí casi se me quiebra la voz), quería avisarles para que no se preocupen. – Hola ma! Quería avisarles antes de que vieran en la televisión que...
Después al correr la mañana empiezo a recibir llamadas de México. ¿Estas bien?, vi lo del atentado – ¡No que va! ¡estoy muerto, pero hay roaming en el cielo!. Mexicano al fin, riéndome de la desgracia y de la muerte.
--En eso harás lo que debes, Sancho –dijo Don Quijote--;
por que para entrar en batallas semejantes
no se requiere ser armado caballero.
Miguel de Cervantes
La vida sigue y en un Dios sabe por qué (después de oler la muerte concentrada escribo más Dioses, Jesúses y Aves Marías que nunca en mi vida). Continúo, en un Dios sabe por qué, decido ir a clases. Decido tomar el Metro, que el terrorismo con el nombre que se ponga no puede vencer como vencería si dejáramos de creer, de vivir y de esperar. La Línea Uno, azul cielo, que me lleva de Puente de Vallecas a Cuatro Caminos, pasando por Atocha. A las tres de la tarde, cuando el Metro debería ir a punto de reventar. Esta vez viajaba solo. Lo abordamos 3 gentes y en el vagón contaba con algunos tres pasajeros más. Callados, cabizbajos, tristes. Asustados. Respirando cada que el metro reiniciaba su viaje, pensando en no pensar dentro de los túneles, leyendo Vivir para contarla de García Márquez. Vivir para contarla. La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y como la recuerda para contarla. -Dice Gabo en la primera página. Por eso la necesidad de escribir esto, por que el recuerdo no se empolve.
2004. 11 de marzo (otro 11, ¿cuantos onces más?) se hablan de más de 200 muertos y 1500 heridos. Pero no eran los dos narrados por la reportera oficialista. De eso seguro. Como tan seguro estoy de que por más que los sueños revienten, se abrazan en el aire aún con la inercia del inesperado vuelo y bailando regresan a formarse.
Al Quaeda, la ETA. ¿Qué importa ahora? ¿qué realmente? Importa solamente que los sueños, por más que revienten, se encuentran en el aire y, aún con la inercia del inesperado vuelo, bailando regresen a formarse. Y eso no se evita ni con tres bombas.