Así despierto cualquier día. Uno trata de plantar cara a la vida. Despierto y me preparo para una hora de ejercicio, eliminar toxinas, oxigenar las neuronas. Regreso para darme un baño reconfortante, la rasurada perfecta y la combinación de traje que me disfraza de abogado. El café ya listo me cobija los labios y levanto la vista al horizonte que se ve desde acá, desde las montañas del noreste mexicano. Todo esta listo para salir y decir buenos días al mundo.
Apenas salir de mi casa el primer contacto con mis iguales. Con un “¡Quiubole mi Cesar!” y una corta platica de fútbol saludo a quien lava los carros en mi cuadra. El Rayado y yo Guerrero compartimos un mismo odio por los Tigres. Si bajo la montaña y en el camino me encuentro a la Sra. Tere, quien es la persona que me ayuda a tener un poco en orden mi casa, prefiero llevarla para que no tenga que subir la cuesta. Total 15 minutos me pueden esperar en la oficina. Pasando la zona escolar debo reducir mi velocidad, y en el noticiero de Aristegui en radio San Juana Martínez presenta algún reportaje en ventilando curas pederastas que yo disfruto pensando en como se le retuerce el hígado a Norberto Rivera. Hasta aquí es mi día ideal. De pronto estoy cruzando las vías, justo antes de tomar Fleteros. No puedo dejar de sentir el estrés en mi mandíbula, los músculos de mi espalda se hacen nudo y se que ahí está él.
Tengo año y medio viviendo en este depa. Año y medio que recorro cada día, a la misma hora el mismo camino. Debo de pasar por ahí al bajar la montaña. Y ahí a estado él, siempre.
Es el vendedor de periódicos del Norte. Una persona de apariencia amable, siempre con su delantal y su gorra azules. Siempre con algunos periódicos bajo el brazo. Siempre al acecho habitando el rojo del semáforo.
Año y medio y nunca he tenido la suerte de sortear ese obstáculo. La luz verde nunca me favorece, siempre quedo atrapado en sus garras. En año y medio nunca le comprado el periódico. Pero siempre esta. Siempre levanta en la mano su ejemplar. Siempre.
Después de este año y medio yo ya lo veo casi como alguien de mi familia. Sin embargo, no se como actuar cuando invariablemente caigo en la trampa del semáforo. El merodea los coches y se acerca al mío. Yo no voy a comprar el periódico y el debe ya de saberlo, ¡vive Dios!. Yo tengo entonces dos opciones, o saludarlo y darle un buenos días, o hacerme güey.
Me cuesta no saludarlo. ¡Lo veo diario!. Nunca le compro el periódico, ¡pero lo veo diario!. Pero cuando le digo buenos días, ya sea con un simple movimiento de cabeza, se acerca a venderme un periódico. Y como no se lo compro, me siento culpable. He practicado mil formas de saludarlo, pero con todas acude con su ejemplar a mi ventanilla y yo tengo que decirle que no.
También he actuado de diferente manera. Ausente, me acomodo la corbata o “cambio de estación” al radio o limpio mis lentes o cierro los ojos. Pero eso no me deja tampoco tranquilo.
Confieso que ya no se que hacer y que este señor se ha convertido en uno de mis demonios personales.
Desde las montañas del noreste mexicano, lanzando un grito desesperado¡Ayúdame Freud.!
Fernando Todd/Mayo 007