El futbol no es algo inocuo, nunca ha sido. Más que un deporte, es la conjugación de sueños.
Tu equipo es un espiritu colectivo, es la comunión, es un escalofrío que grita gol. El Santos es más que un equipo, es un respaldo social, un sentido de pertenencia. Es nuestra verde infancia ubicada en el mapa.
Hoy escribo a casa desde la distancia. Para darte las gracias más que decirte adiós. Para dejar constancia de lo nuestro.
Para prometerte que ahí estaré, hasta el último día, dandote voz.
Por que esta semana todos hemos soñado con la noticia del nuevo estadio, pero cuando despertamos, tu todavía estabas ahí. Y contigo tu eco, tu entraña, tu corazón verde y la promesa de batallas todavía por venir.
Nos hemos portado contigo como hijos ingratos, pero tu nos has perdonado. Y yo me disculpo contigo, por que durante años pensamos que no fuiste suficiente. Sin embargo ahí estuviste estoico, hóstil al rival, abrazando a tus hijos. Nos acompañaste en los extremos. Cantamos juntos el “oe, oe, oe, campeón, campeón” y cantamos la súplica del “no te vas”.
Te recuerdo la primera vez, cuando niño, con mi padre. Entonces eras enorme, nos abrías tus puertas y apenas subiendo la escalera estaba ese corazón verde, ese campo soñado, mítico, sagrado. Banderas, musica, gritos, gente. Gente que perdía el plural para volverse uno. Una voz, un canto. Otra vez la comunión.
También pude ir con mi abuelo a verte. Y aunque no me diste tiempo de algún día presentarte a mis hijos, les platicare de ti. De que cada domingo iba a verte. Les platicaré del tío Pepe. Que había un jugador que se llamó Dolmo que reflejaba el sol en sus piernas cuando corria con una velocidad que solo el corazón te puede dar. Que él y Juan Flores le dieron vida al Santos. Que en tu cancha jugó un Guerrero que se llamaba Pedro Muñoz, quien junto con Lupe Rubio defendían a sus colores como si defendieran a la Laguna completa. Que una vez llego un niño argentino a defender nuestra camisa y después fue campeón del mundo con Italia.
Y que entonces un día, el Santos decidió ser grande. Les hablaré de Apud y de Adomaitis. Le contare a mis hijos leyendas de Ramón, que aderezare con amor y con odio.
Y la leyenda será historia cuando les platique de Jared. Les dire que, a pesar de lo que les expliquen en la escuela, si es posible que un humano se suspenda en el aire para rematar de cabeza el balón. Les dire, que fuimos nosotros quien al ver a Jared volar, detuvimos por unos segundos la ley de la gravedad para que le diera tiempo de rematar así. Que para entonces, todo el estadio hervia, que todos cantabamos, que nos abrazabamos, que eramos los campeones después de vencer al equipo de la decada.
Que entonces la historia fue otra. Que nuestros sueños se montaron en un Pony enorme y llegamos muy lejos, que logramos otra copa.
Le platicaré la historia en que la oscuridad nos cubrio. Les contaré que la pelea por vivir es dura. Y les dire que no importa cuantas veces te caigas, lo que importa es cuantas veces te levantes.
No olvidaré a los Guerreros que llegaron a salvarnos. Dire que tuvimos que traer para luchar al mejor portero de America, a Matías el hijo pródigo. Que todo Guerrero necesita un Hacha y que trajimos al capitán del equipo campeón de argentina para que nos ayudara a pelear por vivir.
Que así empezó la nueva etapa.
Todo eso le contaré a mis hijos cuando vayamos camino al nuevo estadio. Y ellos me preguntarán: “papá, entonces de ahí viene el “oe, oe, oe, campeón, campeón” que cantamos tan seguido???”.
Yo voy a sonreir en ese momento, y me vendrá a la mente el día que eras enorme y nos abrias tus puertas y apenas subiendo la escalera estaba ese corazón verde, ese campo soñado, mítico, sagrado.
Gracias Estadio Corona. Gracias por todo.
Fernando Todd/ 07